viernes, 10 de diciembre de 2010

AL FINALIZAR EL PROGRAMA “LA VISITA”


Hace algún tiempo, mi amigo, el Ingeniero Dionisio de la Torre me invitó a participar en el que sería su primer programa radial de La Visita; los que han conocido de este esfuerzo a través de su participación, o simplemente escuchándolo, estarán de acuerdo en darle las gracias, lo que hago no solo en mi propio nombre sino también en el de todos ellos.


Para este ultimo programa, Dionisio me ha invitado a participar de nuevo. Creo haber estado aquí al menos en cuatro ocasiones y cada vez, el diálogo ha sido fluido y espontáneo; no hubo sugerencias ni preparación previa, ahora, lo confieso; he escrito previamente lo que quiero decir.


No es que sea diferente esta vez, pero no quiero que se quede nada en el tintero. Me alegró ver que un hombre como Mario Vargas-Llosa, quien acaba de recibir el Nóbel de literatura, en su discurso ante la Academia Sueca, expresara el criterio de que América Latina se encamina mayoritariamente hacia una nueva versión contemporánea de la democracia en la mayoría de nuestros países, sólo con las excepciones –agregó- de tiranías como la de los Castro en Cuba, su aprendiz venezolano Hugo Chávez y algunos payasos como Evo Morales y Daniel Ortega.


Que alguien de la talla de Vargas-Llosa, quien cuenta con un reconocimiento internacional trascendental y desde un foro como este se haya dispuesto a llamar a las cosas por su nombre es algo más que enunciar públicamente una simple frase. El eco de sus palabras no sólo es de gran alcance, sino también verdadero su significado. Lo que se diga en contra no es más que un argumento tendiente a justificar y tratar de perpetuar algo que ya no existe.


Esa América Latina de los 60 y 70 a la que Vargas-Llosa hizo referencia como el patibulario escenario desde el que muchos dictadores usufructuaban el poder fue a su vez el “ real y maravilloso” contexto que enmarcó el relieve de grandes figuras en el ámbito literario de nuestros países. Esa nueva hornada de creadores actuaba compelida por la necesidad de transformaciones sociales que se hacían insoslayables, pero algunos confundieron el camino; otros le dieron la interpretación dialécticamente necesaria para llegar, con excepciones, a donde hoy nos encontramos. Mario Vargas-Llosa ha hecho el balance en escueto párrafo y develó la inversión de propósitos que la historia, con atinado juicio, ha puesto en su lugar.


Ahora la minoría es conformada por los que abogan por la vigencia del pasado y el regreso a esquemas extemporáneos y obsoletos. No es menos cierto, sin embargo, que en un caso como el de Cuba las circunstancias no contribuyen a una asimilación colectiva con respecto a la malignidad del fenómeno vigente. Volver sobre los análisis estadísticos, las comparaciones históricas o trasladarse a las polarizaciones en las antípodas del problema; en nada contribuye a esclarecer la situación.


Es por lo anterior y entre otras razones, que la alternativa más viable a la situación interna de nuestro país es dejar que las cosas vayan tomando su curso espontáneamente. El hecho aislado es un acicate y todos los factores en su imbricación son los que proveen a la sociedad, la capacidad para promover el cambio. La querella vacua y el denuesto intempestivo constituyen el asidero predilecto de un régimen caduco e insalvable, al que sórdida y tectónicamente, el propio pueblo –el factor de mayor importancia- no está dispuesto a rescatar a pesar de los argumentos que se esgriman.


Las razones alegadas, llevan a concluir que el único factor disuasivo en una situación como la cubana, está poderosa y necesariamente vinculado al tiempo que en el orden cronológico se define como “tiempo histórico”. Dejamos que su perniciosa influencia se impusiera a través de su dimensión y tras varias generaciones sacrificadas desde el poder allí, la alternativa viable es dejar que en su magnitud constante e intangible, el tiempo continúe horadando estructuras que no se soportan a sí mismas.


La acción de los hombres es consecuencia de ese mismo tiempo indetenible, él ha ido develando la derrota basada en la demagogia populista y la ideología comunista. Quienes ahora se proponen manejarle como un argumento parcialmente utilizable se encuentran con la imposibilidad de una compartimentación disolutiva incapaz de incluir a conveniencia, sólo partes de la receta. Las víctimas de su implacable transcurso se han desesperanzado y en consecuencia desesperan. El colofón obligado conduce al encuentro de un nuevo significado de la importante magnitud para sus vidas y las de los suyos.


El proceso aludido va más allá de las propuestas de transiciones o sucesiones; es lento y cualquiera de estas situaciones constituyen un elemento parcial y periférico del tiempo histórico. Aún cuando los nombres van quedando sin importancia, debemos darnos cuenta de que en la historia de una nación el papel que desempeñan es más focal que vital. Sólo en ese sentido puede encontrar una base apropiada la experiencia de cambio, en tanto que por una parte permite la realización individual a la vez que una proyección colectiva socialmente válida, argumento que posibilita a las naciones encaminarse por derroteros democráticos. Hay además, en nuestro caso, una experiencia vivida que debe alejarnos del fracaso y contribuir a encontrar certidumbre en lo político, y éxito en lo económico.


Quizás hablemos ahora de otras cosas, sobre aspectos de inmediata trascendencia. Es posible, pero no quiero terminar sin leerles unas palabras, muy breves, que escribí hace algún tiempo y que traslucen los sentimientos más allá de la frivolidad analítica; y que para una ocasión como esta me parecen apropiadas:


“Amar la Patria es sentirse huérfano de ella, es tratar de fincar en la memoria un recuerdo que sólo existe en uno; es llorar en silencio y solitario, al interior; sin que las lágrimas nos laven el rostro y sintamos vergüenza que nos vean.


“Amar la Patria no tiene momento ni ocasión, mientras más lejana se nos hace y menos tangible, más queremos conocerla y saber de ella. Sus secretos son gritos que a veces retumban en nuestros oídos y golpean nuestros corazones para llevarnos de la mano y a ciegas, a un camino donde habremos de encontrarle.


“Amar la Patria es acto de hombres buenos que no han de conformarse con la suplantación de su lugar. Sólo es posible saber cuánto se quiere cuando se pierde y pensemos que no esté bien el sustituirla. Es cierto, la patria es el amor de la familia, pero es también el sino eterno que nos marca para dejarnos su huella y vivir siempre en ella.”


Por: Prof. José A. Arias.

Tomado de >>> www.lavisitamiami.com

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